Para el Islam la ciudad es un factor clave en su modelo de civilización. Cuando los musulmanes llegaron al Valle del Ebro en 714 solo encontraron tres núcleos urbanos: Tarazona, Zaragoza y Huesca. Entre finales del siglo VIII y principios del IX fundaron Calatayud, Mequinenza y Daroca. Hacia el año 900 refundarán Ejea y Barbastro, y poco más tarde Albarracín (además de otros muchos enclaves como Alquézar, Caspe o Alcañiz). Todas ellas, antiguas y nuevas medinas, florecerán como ciudades prósperas y muy comerciales.
Medinas donde se crean fortalezas, zocos, mezquitas y palacios, donde se acuñan monedas y se desarrollan artesanías como la textil, la cerámica, la construcción o la metalurgia. Sobre todas ellas brilla Zaragoza (Saraqusta): primero como capital de la Marca Superior, después como taifa o reino independiente, un importante centro de poder político, económico e intelectual. En Saraqusta, por ejemplo, nació y vivió el gran Ibn Bayyah, Avempace: filósofo, médico, botánico, astrónomo, matemático, músico y poeta, además de visir. Todo un paradigma del sabio andalusí.